Les ofrecemos en este espacio una entrevista a Gustavo Roldán sobre los tabúes en la literatura infantil.
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Entrevista a Gustavo
Roldán
por Sandra
Comino
Texto de la ponencia presentada por la
autora en la mesa redonda "Los temas recurrentes y las nuevas tendencias
en los libros para jóvenes" (Cómo entra la realidad en los textos. La
aparición de problemas sociales, históricos, la muerte, la enfermedad, la
sexualidad, la pobreza en la ficción para un receptor juvenil), realizada
dentro del marco de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Libros
infantiles y juveniles. Libros diversos, múltiples lecturas" de la 13ª
Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio de 2002).
Voy a comenzar leyendo las respuestas a dos preguntas que responde
Gustavo Roldán en una entrevista para el suplemento Cableniños:
"¿Cuáles
son los temas tabúes en la literatura infantil?"
"El sexo, la
muerte, las malas palabras, los grandes temas que les interesan a los
chicos,...la política. Vivimos en un mundo de políticos perversos que aparecen
todos los días en los diarios y de eso nadie habla con los chicos."
"¿Hay
censura?"
"La censura se
ejercita de maneras muy perversas, porque está oculta. Un libro que queda en el
cajón de un escritorio y no puede ser ni visto ni leído por ningún niño, no
existe..."
Roldán en sus palabras resume un aspecto de lo que sucede en el campo de
la literatura infantil y juvenil hoy en nuestro país y habla de lo oculto y
dice que aquello que queda oculto no tiene defensa posible. ¿Serán la muerte,
el sexo y la política temas prohibidos en la literatura infantil? ¿Será que hay
que ocultar esos temas? En todo caso, ¿alguien prohíbe hablar de esos temas?
¿Qué se puede decir y qué no en la ficción hoy? ¿Quién permite la circulación
de aquello que se dice y quién no? ¿Es molesto hablar del hambre, del dolor, de
la muerte? ¿Tan molesto es hablar de la muerte?
Todas estas preguntas surgen por la escasa incursión de estos temas en
la amplia producción de literatura infantil y juvenil hoy en Argentina. Esta
producción tiene dos brazos: uno que abarca la literatura fantástica y otro
prematuro de corte más realista donde se filtran algunos conflictos a veces de
manera simbólica y otras con un compromiso más abierto. Hay autores que hace algunos
años incursionaron en este terreno. Los conflictos sociales aparecen
tímidamente de la mano de algún editor que existe pero que no abunda. Estos
temas tabúes, por llamarlos de alguna manera no están ausentes, pero tienen
escasa presencia. Como consecuencia, aparece la palabra censura. Si de censura
se habla a la hora de elegir ficción para los más chicos, las hay de varios
modelos. A la hora de leer, la censura tiene reparos propios, ajenos, de la
institución, de los padres, del entorno. ¿O nadie dudó en leer La canción de
las pulgas (2) cuando Gustavo Roldán no solo se permite cantar pata, peta, pita, pota,
puta sino que agrega repata, repeta, repita, repota y reputa? A la hora de
escribir, la censura parece que no existe. ¿Qué pasa a la hora de publicar?
La censura a veces
se ejerce por omisión. ¿O nadie omitió alguna vez con los más chiquitos la
parte en que a Bambi se le muere la madre? Y eso que Disney no es literatura.
Imposible olvidar en la infancia la muerte de Beth en Mujercitas que mi
espíritu trágico de escritora leía y relía sólo para llorar. Cientos de veces
me encontraba sin el libro porque al pobre lo culpaban de provocar ese terrible
estado de ánimo. La censura lleva la carga ideológica de quien la emite y yo me
preguntaba a quién podía molestarle que llorara. Pero para los adultos la
muerte era un enemigo respetable, no querían que la leyera, pero durante el
almuerzo se escuchaba el noticiero donde antes de las noticias el locutor
enumeraba los muertos del día y eso para mí era más trágico que la muerte de
Beth, porque a esa muerte, la de Beth, podía leerla y si se me antojaba la
obviaba salteándome las páginas y si se me antojaba, la resucitaba con sólo
leer los primeros capítulos. En cambio, los muertos de la radio se morían y
allí estaban en los velorios donde también me llevaban. Esto demuestra que la
censura responde a los miedos de quien censura.
¿Existe la censura
en este país? En mi opinión hay un tipo de censura vivita y coleando que es por
omisión y está vinculada con la temática. Es importante destacar que a la hora
de seleccionar un libro es más valioso que tenga un equilibrio entre la
escritura y la historia y no importa si es de corte realista o de ciencia
ficción; da igual, éste no es el punto. El punto para detenerse es qué pasa con
aquellos textos que hablan de temas que no aparecen demasiado en este campo de
la literatura infantil y que sí aparecen sin problemas en la literatura para
adultos. Nadie dice esto no se publica hoy en Argentina, pero todos sabemos lo
que no se publica.
La contradicción
viene a cuento: ¿Por qué en un país donde la violencia es la tapa del día, es
malo hablar de la muerte? ¿Y cómo sé que es malo hablar de la muerte? Porque no
encuentro muchos libros que hablen de la muerte.
El escritor está
inmerso en un contexto histórico, social y su producción tiene que ver con las
condiciones de producción de una época determinada. Esto que dijo alguna vez
Walter Benjamín es muy claro. El niño cuando construye una historia no admite
censuras. Los chicos no se censuran. "Así escriben sus textos, pero
también los leen así..." La censura la ejerce el adulto. Y el escritor no
dice "Hoy voy a hablar de la muerte" se sienta y escribe sobre eso.
No. Eso no es literatura. Un escritor escribe y lo hace desde las entrañas, con
su historia, sus recuerdos, sus miedos, sus obsesiones, sus lecturas... Cuando
un escritor escribe acerca de la muerte, de la enfermedad, de los desaparecidos,
de la pobreza es porque pone en palabras aquello que no le cabe de otra manera
en el cuerpo. Escribe lo que puede y lo que le sale. El entorno siempre
repercute en la producción por identificación o por omisión. Todos sabemos que
durante la dictadura en Argentina que abarcó desde el '76 al '83 se prohibieron
libros por decreto, se quemaron y censuraron libros, todo eso es demasiado
conocido. Pero nos cuesta admitir que hoy existe una censura.
La palabra censura
trasciende los decretos, se instala en una sociedad que empieza a convivir con
ella y se convierte en algo cotidiano y crece. Volviendo a la censura de la
infancia, en la década del '70 no bastaba con lo prohibido por los decretos
sino que la censura explícita o implícita estaba para no transitar la libre
lectura. ¿Estaba? "Esto no es para vos." ¿Quién no lo padeció? ¿Será
que no nos lo podemos sacar de encima? Siempre el adulto censura desde su
ideología por eso es tan difícil hablar de los criterios de selección.
Volviendo a mi infancia que transcurrió en el campo, la censura pasaba (además
de la muerte) por los temas relacionados con el sexo, por las novelas de Corín
Tellado porque "describían" demasiado y seguía su camino por las
fotonovelas. Todo este recorrido, por suerte en mi historia, fue alterado por
la curiosidad y por la aparición cómplice de adultos que me ayudaron a cruzar
el umbral de lo prohibido.
La censura actual,
no es por decreto, ni está masificada, está y, como dice Roldán, se produce por
ocultamiento o por indiferencia a ciertos temas. Y esa forma de censura se ha
transmitido de generación en generación, con tanto éxito o más que la narración
oral y está ajustado en la sociedad como un abrojo.
Winicot habla del
espacio transicional que es la zona entre la realidad y el sueño y allí, en ese
espacio ubica la creación literaria. En los momentos de crisis donde la
realidad sobrepasa los límites y supera la ficción, ese espacio creativo puede
adoptar diferentes posturas: evasión, omisión o compromiso. De esto hablaron
muchos pensadores. Bajtín dice que cada escritor escribe desde una ideología
que él llama cotidiana y que por más que ese sujeto carezca de ideología
escribe desde un lugar donde plasma esa carencia y por lo tanto su ideología es
esa. No es intencional plasmar la ideología se escribe así porque no se puede
hacer de otra manera. Uno escribe desde su ideología y desde la ideología se
lee aquello que no se escribió.
La evolución en el
cambio histórico de la infancia, quizá influenciada por el consumo, hace que en
la actualidad represente un gran mercado en general y dentro de ese mercado se
encuentra el mercado editorial. En ocasiones se edita aquello que se sabe que
se va a vender. Y esto circula de una manera extraoficial. La historia oficial
habla de la libertad de prensa y publicación. También dice que vivimos en
democracia. Un escritor sabe de antemano qué le podrán publicar y qué no. Hay
escritores que se ajustan a lo publicable, están los que tienen todo permitido
por su trayectoria y reconocimiento y están los que pululan por las editoriales
y escuchan: "Tenés que escribir otra cosa." "¿Por qué no
escribís algo más alegre?" Y como dice mi amiga Graciela Cabal: "No
es mi caso, yo no puedo escribir de dinosaurios." Como una especie de
pacto para proteger de antemano a los lectores, con el perdón de los presentes
y sin ánimo de ofender, creo que a veces el director de colección recorta o
elige aquello que cree que va a ser leído. Y allí es donde el lector pierde
libertad porque sólo puede elegir lo que previamente ya está elegido. Y lo que
no se lee, no se vende, y si no se vende no existe porque para la ley del
mercado sólo es bueno aquello que vende.
Niños de shopping,
de barrios cerrados y countries conviven bajo un mismo cielo con niños de la
calle, analfabetos y trabajadores. ¿Quiénes son los que leen? Y en todo caso,
¿leen lo mismo? Un niño actual no es igual a un niño del siglo pasado, ni
siquiera se parece a un niño de hace 10 años. Hoy no todos tienen acceso a la
educación. El alto costo de la pobreza dice que el cociente intelectual de un
niño pobre es un 20% más bajo que el de un niño de clase media para arriba. Las
cifras siempre son odiosas pero ésta pone de manifiesto la desigualdad en
términos de estimulación y adquisición.
Haber escuchado
cuentos en la primera infancia ayuda al descubrimiento, no sólo del lenguaje,
sino de todo un mundo. La adquisición del lenguaje trae consigo el poder
comunicarse. Todo niño está entusiasmado por aprender a leer y por comunicarse.
El desafío es leer para apropiarse de mundos.
Muchas veces cuando
termino de escribir un cuento me pregunto: ¿quién lo leerá?, ¿lo podrá leer un
chico que espera la hora del almuerzo en el colegio porque en su casa no pudo
cenar? O, en todo caso, ¿qué derecho tengo yo de decir esto no lo escribo porque
no me lo publican? Los chicos deben tener la posibilidad de elegir cuentos que
le hagan olvidar por un rato lo que padecen o historias que le permitan
identificarse o relatos que le dejen hundir su dolor o narraciones que lo hagan
estallar de alegría, pero siempre de una literatura que haya sido escrita desde
el corazón sin prohibición alguna.
El temor es que así
como los diarios publican aquello que desean publicar; así como la televisión
construye, deforma, esconde o muestra la noticia, desnuda lo que desea y tapa
lo que no desea, el temor —reitero—, es que la literatura se acomode como los
diarios y la televisión. Es una época propicia para eso.
En esta Argentina
que atraviesa la peor crisis económica y social que podamos recordar hay algo
que sí es para mí y también para ustedes, para los chicos, para todos, aunque
tengamos hambre y bronca: la literatura que es resistencia y esperanza.